20/1/16

Las Crónicas de Aecio (III)


Oceanus Britannicus, 505 d.C.

Arrecia el temporal, como si Dios no quisiera que volviera a Britania... Allí estaría nuevamente en territorio pagano, y mi fe últimamente ya no es lo que era...

Cuando caen dos rayos seguidos, sabemos que el barco no lo conseguirá. Nos separamos del grueso de la flota al poco de empezar la tormenta. El pescador frisón que gobierna el barco fue el primero en perderse entre el oleaje.


La negrura de la noche nos impide ver la proximidad de las piedras que custodian la costa de Britania y que acaban repentinamente con nuestros esfuerzos por mantener la nave a flote y por no salir despedidos en un vaivén provocado por el oleaje.

Cuando recuperamos la conciencia ya ha amanecido, hacemos recuento y comprobamos que quedamos con vida seis guerreros magullados y tres mujeres y un niño que lloran de miedo y frío. Desorientados y sin saber exactamente dónde hemos naufragado, buscamos a nuestro alrededor y encontramos una columna de humo hacia el oeste de donde estamos por la playa.

Encomiendo a Dahlphric que vaya a explorar para ver lo que podemos encontrar en aquella dirección mientras tranquilizamos a las mujeres y nos ponemos a cubierto en el bosque.

El sajón encuentra más adelante, en un promontorio, un poblado rodeado por una empalizada desde donde sale la columna de humo.

Inseguro de si lo han descubierto o no, y al no haber visto movimiento en la aldea, Dahl vuelve hacia donde esperamos para informarnos de su descubrimiento.

Ante la proximidad de la noche, y temiendo vernos sorprendidos al descubierto, decido que nos aproximemos a la aldea formando un exiguo muro de escudos, previendo encontrar problemas, puesto que los campos de labor parecen abandonados. Al acercarnos al asentamiento, percibimos el olor a carne asada. Que Dios me perdone, pero aunque imaginaba lo que se estaba quemando, no pude evitar pensar lo bien que olía.

Cuando nos encontramos a tiro de lanza de la puerta, notamos un revuelo y unos cuantos guerreros que estaban en la choza principal y nos cierran el paso. El que parece ser el jefe si dirige a nosotros y nos dice que la aldea la han tomado ellos y que les pertenece.


Le digo que no queremos echarlos de allí, pero que necesitamos refugio y orientación. Insiste en que nos vayamos y que dejemos a las mujeres allí, desenvainando la espada. Respondo al desafío y en una arremetida acabo con su miserable vida. Es lo que pasa cuando las ovejas muerden a los lobos. Al resto los dejamos marchar una vez les quitamos las armas.

Eran britanos. Igual que los antiguos habitantes de la aldea. Muy mal están las cosas en estas tierras cuando no se pelea contra el invasor sajón pero se matan entre ellos.

En la choza central de la aldea, el anterior líder de la aldeas está atado y torturado con las orejas y la nariz cortadas mientras las mujeres se apiñan en la parte posterior pensando que no podrán soportar otra tanda de violaciones.

Ordené a los guerreros que nada de violaciones e intentamos sacar algo de información del agonizante jefe. Antes de morir nos consigue indicar dónde nos encontramos, en la frontera más oriental de Dumnonia con las tierras sajonas.

Una vez nos calentamos al calor del fuego de dentro de la choza, organizamos turnos de vigilancia y nos empezamos a preguntar lo que hacer.

Ahora mismo no somos siquiera una banda guerrera... somos un grupo de mujeres con algunos guerreros de adorno.

Está claro que no podemos dejar a las mujeres abandonadas en la aldea, puesto que nos seguirían y harían más difícil que pasáramos desapercibidos hasta llegar al corazón de Dumnonia y así reintegrarnos al ejército de Arturo.

Berdic el Gigante, dramatización
A medianoche, aparece un anciano que pide asilo y nos dice que conoce la zona y que podremos viajar seguros hasta donde queramos si somos capaces de expulsar Berdic el Gigante, que se encuentra al norte de la aldea.

Varios de mis guerreros creen al anciano que dice llamarse Balin, aunque algo en su forma de actuar me hace desconfiar de sus palabras, sobre todo por cómo habla de todo con acertijos, aseverando que su único interés es velar por el bien de Britania.

A pesar de mis recelos, nos guía hacia la cueva donde según él habita ese tal Berdic, aunque parece desvanecerse de la vigilancia de uno de los guerreros que nos acompaña en cuanto el gigante hace acto de presencia.

Pasmado e inquieto ante la descomunal altura de ese ser, le digo que tiene que abandonar estas tierras. Su hablar lento y torpe me recuerda al de un niño pequeño con problemas mentales, por lo que inmediatamente siento lástima por esta criatura.

Me reta a una partida de dados romanos, de tal forma que el ganador mate posteriormente al perdedor. Algo me dice que no es la primera vez que el gigante juega, y yo he sido siempre un hombre de lanza y escudo, más que dedicarme a los juegos de azar.

Mientras discuto con el gigante una manera de llegar a un acuerdo con poco acierto, el impaciente Dhalphric lo provoca, consiguiendo la rápida ira de Berdic, que de un hachazo lo manda a varios metros de donde se encontraba.

Resignado ante la intromisión de mi amigo sajón, blando mi spatha e hiero a un cada vez más iracundo Berdic. Esquivo a duras penas el hachazo a una mano que me lanza, mientras Dhal no consigue atravesar la armadura de cuero a parches que lleva nuestro enemigo.

El siguiente hachazo que recibe Dhalphric va a dejarle una fea señal en la cara, y de milagro no le deja sin ella, pero aprovecho que la atención del gigante está con él para acabar con su triste vida.

Después nos enteramos de que Berdic venía también huyendo de los sajones desde Sussex y sembrando el caos allá por donde pasaba. Se oiría hablar de él durante muchos años, imagino que hasta después de nuestras muertes.


Dhalphric parece que sobrevivirá, pero desconozco si lo hará mucho tiempo mostrando tal imprudencia como la que llevo vista desde que lo conocí. Supongo que estará favorecido por sus dioses, dado lo proclive que es a sobrevivir a pesar de sus temeridades.

Balin reaparece como por arte de magia y nos dice que somos la clase de guerreros que quiere para su empresa. Nos dice que tenemos que acompañarle a buscar un presente para Arturo.

Ante nuestra sorpresa porque se atreva a darnos semejantes órdenes, contrarias a nuestros juramentos, Balin acaba con la mascarada y se descubre al fin.

Parece que Myrddin, Merlín, nos reclama...

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